Cuando uno lee Historia, da igual si lo hace en una tablet, en su smartphone o si decide hacerlo en un ejemplar descatalogado de la biblioteca de su abuelo. Al final el acto de leer y que nos llegue ese mensaje a través de palabras escritas, es atemporal.
Pero es cierto, que en la actualidad los nuevos formatos digitales, son los que toman la ventaja, para mantenernos informados, y tiene sentido.
Puede que en esta elección, muchas veces ya impuesta, encontremos unos beneficios tales
cómo: actualidad, ecología, ocupar menos espacio, accesibilidad, bajo coste… No hay duda de que son muchas las ventajas que nos brindan.
Además no se puede negar e ir contracorriente de los nuevos comportamientos adquiridos en esta nueva era, “La Digital”. Donde uno de sus alicientes, es la publicación y el consumo rápido, diría yo desorbitado en algunos casos.
Y entonces, me pregunto. Dónde queda el lugar para esos compañeros fieles que nos han acompañado toda la vida? Me refiero a los libros, por supuesto.
¿Queda hueco en nuestras modernas vidas para ellos?
Tal vez, ya sólo forme parte de un usuario del pasado, no lo sé. Más sentimental. Más rebelde. Que busca no sólo adquirir un conocimiento, sino vivir y sentir una experiencia plena que únicamente encuentra cuando tiene un libro entre sus manos.
Tal vez, pueda notar el peso de la edición que contempla, el olor a humedad si es antiguo, el tacto al pasar las hojas… Puede que esto sea la gran diferencia entre la información volátil y de consumo “de usar y tirar”. Y el de la Cultura, con mayúscula, que deja poso y consultamos fuera de tiempo y tenemos como referente.
Dar una segunda vida a esos libros que nos deshacemos de ellos en mudanzas, herencias o atesoramos en el trastero, para luego un buen día meterlos en cajas y llevarlos lejos. Es una alternativa que hoy en día tiene su hueco y su audiencia.
Ciertos ejemplares como comentaba más arriba, son joyas que según las manos que los sostengan, sabrán valorar. Y al igual que es emocionante sumergirte entre las páginas y letras de ese narrador que nos cuenta una historia, lo hace más atractivo si podemos sostenerlo y pasar cada hoja a medida que avanzas en la lectura, como si ahora de un ritual se tratase.
La mayoría de estas joyas de la lectura sólo la podemos encontrar en libros de segunda mano, por su antigüedad y por estar descatalogados desde hace ya años.
Decidir la naturaleza de la información que nos llega y de qué modo la queremos consumir, no es una pregunta que nos hagamos de forma recurrente, en algunos casos sí, puede ser. Pero sería bueno, si fuéramos conscientes, que no debemos vernos obligados a tener que elegir, entre un libro de tapas duras o de su edición .pdf, y llevar a la hoguera al perdedor.
Porque incluso a día de hoy, ambos tienen sentido y justificada existencia, sin tener que prescindir de uno de ellos. Se pueden complementar y ocupar su espacio práctico para cada ocasión.
No empecemos que si uno es mejor o peor, no son comparables, no tiene sentido.
Acaso podemos comparar una vela con una bombilla, una chimenea con un radiador…
Es verdad, que los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos junto con nuestros hábitos y estilo de vida.
Pero siempre podemos perdurar en el tiempo aquello que nos da “un plus”, echar a un lado lo práctico y lógico y dejar llevarnos, por unos momentos, por aquello que nos llena y que no nos deja indiferentes.
En conclusión, un buen libro seguirá teniendo protagonismo en nuestra librería en muchas ocasiones. Así como los amantes de la música reproducen viejos vinilos en sus tocadiscos, para ser escuchados detenidamente.
Están superados, es cierto, pero justo eso les hace recuperar un atractivo que hoy sólo se aprecia, si los ojos y el corazón que los usa, sabe ver más allá.
Que lo disfrutas con más de un sólo sentido y recobra un significado ya en ocasiones olvidado. Se para el tiempo por unos instantes, mientras la vida sigue fluyendo al otro lado.
Para Tablón de Anuncios. Artículo escrito por: Amaya Regidor.